2012/03/01

Cien cuentos



Por Kido Okamoto
 Correción de estilo: Stefanía Flores Santana 
 
    “Hace ochenta años…”. O no terminó de decir su frase. No lo pudo hacer, ya que había comenzado a carcajearse. “No. Tuvo que haber sido mucho antes. Debió haber sido en septiembre del año uno o dos de la Era Kōka [1844 ó 1855]. No importa. Lo que les contaré a continuación, ocurrió en el castillo de un daimio del país de Jōshū…”.

    En una noche otoñal, unos jóvenes samuráis estaban vigilando el castillo. La lluvia no paraba desde ayer, era una noche terrible. Como en todos los lugares, en este tipo de situaciones, la gente tenía la costumbre de contar cuentos de fantasmas. El mayor de la tropa, un tal Butayū Nakahara, comenzó a relatar uno.
    Desde antaño, se dice que hay monstruos, otros dicen que no existen. No hay respuestas para este tipo de debates, no sabemos con exactitud nada. Una velada como la de hoy es perfecto organicemos entonces, un juego de salón, una sesión de cien cuentos[1]. Veamos si al terminar de contar el último, sale de verdad el monstruo, ¿qué les parece?
    Suena interesante, hagámoslo.
    Todos eran vigorosos y jóvenes samuráis, por eso todos estuvieron de acuerdo. Así, comenzaron primero con los preparativos: antes que todo, cubrieron con una hoja azul la boca de la lámpara de papel, luego, como estaba prescrito en la reglas, prendieron cien mechas y alejaron la lámpara como unos diez metros, colocándola en el fondo del estudio; junto a ella, pusieron un espejo de mano y acordaron que cada vez que apagaran una de las mechas, atisbaría sin falta el espejo. Por supuesto, en esos diez metros no habría ningún tipo de luz, tendrían que caminar a ciegas bajo esa obscuridad.
    Dado que son cien historias, tendremos que contarlas turnándonos cien personas ¿no?
    Hubo un debate ante esta interrogante. En los cien cuentos, obviamente se tenían que contar cien historias misteriosas. Nadie estaba en descuerdo. Sin embargo, en ese lugar no había ni siquiera cien cabezas. Algunos afirmaron que no era necesario que estuvieran presente las cien personas, pero otros sí. Finalmente, acordaron que algunos tendrían que contar más de un cuento, así dejaron a la suerte esa decisión. De este modo, una persona se encargaría de contar tres o cuatro. A pesar de lo anterior, dado que era mejor tener el mayor número de personas, fueron a buscarlas. Incluso, trajeron a la fuerza a algunos servidores de té. A las cinco de la noche (8:00 PM), un joven samurái llamado Shirōshichi Urabe comenzó a relatar el primer cuento.
    Como tenían que contar cien, acordaron que cada historia debería ser corta. A pesar de lo anterior, el tiempo pasó. Cuando Butayū Nakahara estaba contando el cuento número ochentaitrés, eran casi las ocho de la noche (2:00 AM). Como era la tercera vez que lo hacía, ya se le habían acabado las historia que sabía. Contó entonces, un cuento sobre el encuentro entre un moje de un templo budista de las montañas y un sirviente del Shogún, quienes se volvieron al final en demonios. Era una versión muy resumida y convencional, pero después de hacerlo fue a apagar la lámpara del fondo.
    Como les he dicho ya, para ir hacia el estudio en donde estaba la lámpara, ellos tenían que recorrer un amplio cuarto de diez metros, pero como Nakahara ya había ido dos veces, y  aunque estuviera obscuro, ya se sabía más o menos cómo era el camino. Se levantó sin ningún problema y abrió la puerta del siguiente cuarto, caminó derecho y cuando llegó al estudio en donde estaba la lámpara, al voltear de reojo, vio que en la pared derecha del cuarto había una cosa pálida. Se veía tenuemente. Era una mujer de blanco, su cuello estaba colgado en el techo y se le escurría la cabeza.

Dibujo: StefaníaFlores

    No es mentira lo que se dice desde antaño. Hay un monstruo aquí, es igual al que todos nos hemos imaginado alguna vez pensó Nakahara.
    Sin embargo, era un hombre valiente, no hizo caso a esa visión y se fue hacia el cuarto y como estaba estipulado, apagó la lámpara. Después, tomó el espejo y vio su reflejo, pero no apareció nada misterioso en él. Cuando retornó, vio de nuevo lo mismo. En el borde de la pared, seguía esa sombra blanca.
    Nakahara regresó a su asiento sano y a salvo, pero no dijo nada a nadie de lo que había visto. Continuaba entonces, el cuento número ochentaicuatro. Jingoemon Kakei era el encargado de hacerlo. Luego, siguieron los otros en el orden previsto, pero nadie decía nada sobre esa cosa misteriosa. Nakahara pensó que era algo raro. A lo mejor, sus ojos habían sido los únicos que habían visto a ese monstruo, o bien los demás lo estaban callando como él. Mientras pensaba eso, sin pena ni gloria terminaron las cien historias. Las cien mechas puestas en la lámpara fueron apagadas. Ese cuarto había quedado en una verdadera penumbra.
    Nakahara preguntó entonces, a los presentes.
    Con esto hemos terminado nuestra sesión de cien cuentos, pero ¿alguno de vosotros no visteis algo extraño?
    Cuando todos estaba en silencio, tragándose su aliento, Jingoemon Kakei contestó.
    En realidad no quería asustaros y evite hacerlo, pero cuando conté la historia número ochentaicuatro, éste su samurái vio algo misterioso.
    Una vez que lo confesó, varios comenzaron a decir que  habían visto lo mismo. Al estar discutiéndolo, se dieron cuenta de que todo había comenzado en el cuento setentaiocho, en el turno de Yajirō Hongō. Después de eso, la gente había comenzado a verlo, pero no dijeron nada. Temían que se rieran de ellos. Les daba vergüenza que los tacharan de cobardes, por eso todos tenían caras como si no hubieran visto nada
    Entonces, veamos de qué se trata, ¿qué os parece?
    Nakahara tomó la lámpara y detrás de él caminaron los demás. Hasta ese momento, todo había estado obscuro y no se podía apreciar mucho, pero al alumbrarlo con la lámpara, se dieron cuenta que esa cosa era una bella mujer. Tenía dieciocho o diecisiete años. En su blanco kimono estaba amarrado un cinturón crepé de seda blanco y su cuello estaba colgado. Tenía un largo pelo despeinado. Al ver que no se inmutaba por su presencia, algunos plantearon la hipótesis de que no era un monstruo sino un humano de verdad, pero la mayoría seguía dudándolo. Fuera lo que fuera, decidieron que lo mejor era dejarla ahí hasta que finalizara la noche. Cerraron con mucho cuidado la puerta corrediza y se quedaron vigilando frente al cuarto, pero esa mujer blanca seguía ahí colgada. Al cabo de un tiempo, la noche otoñal comenzó a volverse blanca, pero ella no desaparecía.
    Esto está muy raro todos se vieron las caras.
    No, no es raro. Es un humano de verdad comenzó a decir Nakahara.
    Los que había dicho que no era un monstruo, comenzaron a reírse, como señal de que habían tenido la razón. Empero, si eso era en realidad un humano, no podían dejarla así, la gente comenzó a alborotarse, como si la acabaran de encontrar. Lo mejor era entonces, informar al funcionario encargado de las concubinas del amo. Cuando lo hicieron, él también quedó sorprendido.
    Es la ilustre Shimakawa.
    Shimakawa era una mujer, quien era una de las concubinas del castillo. Se rumoraba que era la dama de compañía nocturna del amo, por eso todos se espantaron de nuevo. El semblante del funcionario cambió por un momento pero después de pensarlo, consideró que no era posible que una de las concubinas hubiera podido estar ahí. Aunque existiera alguna causa que la hubiera obligado a suicidarse, no hubiera elegido ese lugar. Antes que todo, había una fuerte vigilancia tanto fuera como dentro del castillo, ¿cómo pudo esta mujer haberse escabullido? No podía ser la verdadera Shimakawa. Alguien se estaba haciendo pasar por ella, o bien era obra de algún monstruo. Fuese lo que fuese, dijo que dejaran de seguir con este alboroto y después de ordenárselos, fue a informarle todo a su superior en el castillo.
    El encargado de resguardar a las concubinas, Jihei Shimoda, escuchó esta historia y arrugó su ceño. No le importó si ofendía a las ilustres damas, fue hacia el interior del castillo y pidió ver a doña Shimakawa. No podía verlo, le respondieron, ya que desde anoche ella se había sentido mal. Pensó entonces, que algo estaba mal. Shimoda insistió.
    ―Disculpadme, comprendo que ella se encuentre indispuesta, pero tengo que verla cuanto antes, es una situación de emergencia, dadme audiencia.
    Se quedó expectante de la respuesta y apareció la mismísima Shimakawa, había salido de su aposento. Era claro que estaba indispuesta, tenía la cara y el cuerpo enflaquecido, pero como estaba viva, Shimoda se sintió aliviado. Shimakawa tenía una cara de sorpresa y preguntó por qué tanto alboroto. Shimoda contestó cualquier cosa y de inmediato salió. Posteriormente, se enteró que la mujer de blanco había desaparecido. Nakahara y los guardias la estaban vigilando con cuidado. ¿Cómo se les había esfumado? Shimoda se volvió a sorprender.
    La ilustre Shimakawa está bien. Entonces, esa cosa que visteis fue un monstruo. No digáis ni una palabra de esto, ¿entendido?
     La gente estaba como en un sueño. Lo que en un inicio habían pensado que era un monstruo, resultó luego un humano, pero al final rectificaron que había sido un monstruo. Era increíble, pero como vieron desaparecer su figura frente a sus ojos, nadie pudo contradecirlo. Gracias al juego de las cien historias, pudieron constatar que en este mundo sí había monstruos.

    Shimakawa se recuperó y siguió como concubina, pero dos meses después volvió a recaer y se enclaustró en su cuarto. Una noche se colgó ahí y murió. Al parecer tenía una enfermedad que la había estado atormentando desde antes, pero la gente rumoró que le había sucedido eso por maldecir a alguien.
    Entonces, la mujer de blanco de esa noche ¿había sido un simple monstruo? O bien, desde ese momento Shimakawa había decidido morir ¿esa alma se había desprendido y aparecido como un espectro? Ha sido un misterio que nadie ha podido solucionar. Lo que han escuchado ustedes es la versión que Butayū Nakahara contó a una persona, ya en su vejez. A lo mejor, era un tipo de enfermedad de separación del alma como en la historia pasada: La enfermedad de las separación del alma.


* Cien cuentos (百物語) fue publicado en agosto de 1924 en la revista Bungekurabu (文藝倶樂部). El título inicial era El espíritu viviente de la mujer de blanco, pero cambió de nombre a Cien cuentos cuando se le compiló dentro de la Antología de historias modernas extrañas (1926)
 
  Kido Okamoto. Periodista, dramaturgo, traductor, novelista y cuentista japonés. Su verdadero nombre era Okamoto Keiji (岡本敬二). Nació en 1872 en Takanawa y murió en 1939, en Meguro, Tokio, a la edad de 66 años víctima de una neumonía. Es el prinicipal representante del Shin-Kabuki (Nuevo Kabuki) y uno de los pioneros de las novelas policíacas japonesas. 
   Obras principales: Los extraños casos del inspector Hanshichi (1917-1934)

[1]  En el Japón tradicional, se organizaban juegos de salón. Uno de ellos eran las Cien historias (百物語). Era un juego para medir la hombría de los presentes. Las reglas son simples, cada uno tenía que contar, uno por uno, un cuento misterioso. Normalmente, se hacía en cuarto obscuro y junto a un espejo para evocar a los espíritus. Al terminar de contar la última historia, o sea la número cien, se creía que en el salón aparecían un verdadero monstruo. Por esa misma razón, la sesión solía suspenderse en la historia noventainueve. Existen algunas recopilaciones famosas de algunas sesiones, también ha inspirado a muchos escritores para sus obras.